El pasado viernes, mi mujer Tere y yo tuvimos la oportunidad de estar en Madrid para ser testigo –y colaborar, claro, en la medida de lo posible- de los primeros pasos de un proyecto ilusionante.
La familia, un apoyo incondicional
Mi hijo Raúl, junto con unos buenos amigos, llevan varios meses trabajando en la edición de una revista de poesía. Se llama TEMBLOR y hasta han conseguido una cosa extraña para los tiempos que corren: sacar una edición en papel. El acto fue en la icónica facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Complutense de Madrid.
La sala era acogedora y un adusto Ortega y Gasset parecía supervisar la presentación del primer número desde un enorme retrato en blanco y negro. Resultó ser una cosa divertida y amena: hablaron de poesía, leyeron algunos poemas y hasta nos reímos un rato. Y hasta pudimos quedarnos a hablar relajadamente después del acto a tomar unos trocitos de panettone y unas copas de Marina espumante. Desde aquí les animo a que sigan así, a que continúen trabajando y espero, de todo corazón, que no haya no dos ni tres números más, sino miles.
Me permitiréis también, ya para cerrar la entrada, que os comparta un breve poema de Jesús Montiel, el poeta granadino que abre la revista. Se titula «Nocturno» y dice así:
¿Qué misteriosa ley ha permitido
a los ojos del hombre habituarse
a noches como ésta con sus astros
vibrando sobre el mapa y nuestras vidas?
Es extraño tener que recordarme
la dicha de estar vivo para no
desatender el don de la presencia
En un instante así como el de ahora,
obligarme a salir
del santuario gris de la costumbre
para asomar el corazón sediento
a este paisaje negro y reanimarlo
con la copla del grillo.
Entonces me estremece un sentimiento
poderoso de chocante gratitud,
como si el mundo fuera una gran fiesta
a la que todos somos invitados
y su anfitrión un Dios que nos seduce.